TENGO TOPADORA GUERRERO LORGANN

TENGO TOPADORA GUERRERO LORGANN WORLDHAMMER FANTASIA 400K DE LA FORTALEZA DE ACERO

CAPÍTULO 1: LA LARGA CAIDA

Sir Lorgann no tenía descanso. Tras cuatro horas seguidas de disparar a las hordas zombies con su espada-ametralladora-escopeta, se le habían acabado las municiones y debió continuar las 10 horas siguientes "a mano". Ahora estaba rematando los últimos zombis antes de utilizar su topadora para arrojar los cuerpos al abismo. No podía usar la topadora directamente, por supuesto; los bastardos subirían de nuevo si no los remataba antes de la manera apropiada. La armadura energizada sagrada que estaba usando, por supuesto, ayudaba para este propósito, pero incluso las runas mágicas que le daban energía tenían su límite. Lorgann era uno de los caballeros más longevos en una larga línea de los Dozer Knights, aquellos que salían a la superficie y por fuera de los muros de la ciudar para acabar personalmente con las horas de muertos vivientes que amenazaban a la humanidad. Si no lo hacía, las hordas eventualmente se acumularían tanto que, caminando un zombi sobre otro, se apilarían y terminarían sobrepasando incluso los impresionantes muros, llevando a los hoyos que protegían: Las entradas a las ciudades subterráneas de la humanidad.

Lorgann y su topadora Greta: Amigos inseparables frente al Muro

Los ojos de Lorgann contemplaron una vez más el "campo de batalla", en busca de zombis notablemente no-muertos por undécima vez. Sólo vio los cuerpos oscuros, necróticos y chamuscados, de sus adversarios caidos - aquellos que alguna vez hubieran sido seres humanos. Algunos se movían levemente, pero si ya estaban notoriamente mutilados, no podrían ser mayor problema. Por el volumen -más de diez mil-, los Excavadores deberían pronto expandir el Abismo de Gobelki Teppelin de nuevo. Pero eso no era su preocupación. Los Topadores llenaban y los Excavadores vaciaban. Así había sido siempre, y así siempre sería... ¿O lo podía ser realmente? En los últimos años, Sir Lorgann se preguntaba si realmente eso podía sostenerse. La mayoría de los Dozer Knights tenían vidas breves, y no eran capaces de ver los cambios a largo plazo. Sucumbían al cansancio, a las heridas y, sobre todo, o bien a la Lokura, o bien a la Infekción. Él era distinto, debido a que uno de sus bisabuelos era parte del pueblo Tau'rus... un secreto que debía ocultar de los inquisidores a toda costa.

Resistente a la infección y la locura, y de larga vida permaneciendo fuerte a los 60 años -aunque de cabellos blancos-, Lorgann había tenido una perspectiva de la guerra como Topadorallero Andante de la que la vastísima mayoría -citadino o andante- carecía. Y lo que había visto no le agradaba: La humanidad estaba perdiendo. Ciudades enteras habían caido, y nuevas ya no estaban siendo construidas en su lugar. Los abismos llegaban a sus límites. Topadoras y excavadoras dejaban de funcionar, y las partes para repararlas resultaban cada vez más escasas. Industrias y minas eran abandonadas a los neozombis.  Sin embargo la vida continuaba, las personas comunes demasiado ensimismadas en sus problemas individuales para notar que en la guerra entre el vivo y el muerto, el muerto estaba ganando, y sus días parecían contados. Después de todo "esto es como siempre había sido y como siempre sería", por lo que no había de qué preocuparse. Excepto que sí había, y nadie se preocupaba de ello de todos modos.

La mayoría de los cuerpos habían sido arrastrados a la profunda fosa cuando la presencia de alguien más interrumpió los pesimistas pensamientos de Lorgann: Otro Topadorallero.

En muchas formas, Sir Flutzo era lo opuesto de Lorgann: Joven y alto, energético, presumido y optimista. Frente a la armadura dorada y lisa de Lorgann llevaba una gris con dibujos carmesí de abundantes llamas. Esto no era gratuito, ya que su espada-lanzallamas era temida por toda horda de zombis que encontrase. La topadora amarilla y desgastada de Lorgann parecía aún más vieja frente a aquella de Flutzo, impecable y hecha de gruesas placas de acero platinado.

- ¿Qué haces, anciano? -Inquirió Flutzo con su usual insolencia.

- ¿Qué parece que hago? Te pediría que me des una mano, pero ambos sabemos cómo responderías a eso...

- ¡Já! No estoy aquí para revivir viejos rencores...

- Entonces, ¿Para burlarte de mi trabajo?

Si los cascos que usaban hubieran sido transparentes, se hubiera notado sus sonrisas al intercambiar estas palabras. Por suerte, el sistema de telecomunicación de video en su interior volvía a eso innecesario. Aunque a decir verdad, después de variados encuentros, ya no lo necesitaban para adivinar el tono de sus mutuas palabras.

Aparcaron las topadoras, bajaron, y se dieron la mano -Aunque Flutzo aprovechó para "quejarse" de que luego tendría que limpiar su armadura-

- Y dime, jovenzuelo, ¿Qué te trae por aquí? -Inquirió Lorgann con sus ojos oscuros lo más abiertos que pudo, lo cual era muy poco debido a sus fuertes deseos de dormir.

- Negocios en Gobelki Teppelin, mejoras a mi topadora... -Mencionó con tono ausente el alto y delgado Dozer Knight.

- ¡PF! Ambos sabemos que eso no es cierto. Siempre te traes algo entre manos, así que escúpelo.

- Me conoces, viejo. Pues en verdad, te venía a ver a tí. Tengo algo aquí para tí...

Acto seguido y sin esperar respuesta, giró una palanca en su topadora y esta reveló los asientos de atrás... allí, un niño asustado de no más de 13 años estaba aterrado y con el cabello despeinado duro como roca.

- ¡Observa! La esperanza de nuestro mundo.

Sir Lorgann levantó una ceja en una mezcla de asombro e incredulidad. Estaba intrigado, pero para nada impresionado...

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CAPÍTULO 2: EL TEMOR Y LA ENTRADA

Humo todavía salía de algunos de los cadáveres... no, no habían sido quemados; se debía al hecho de que los neozombies eran propensos a la combustión espontánea post-posmortem. Esta mezcla inestable de químicos también era lo que volvía tan efectivas contra ellos armas como la espadalanzallamas de Sir Flutzo (desgraciadamente, este último había llegado muy tarde para ayudar). Sin embargo, la espada-ametralladora-escopeta de Sir Lorgann no se quedaba atrás: Podía también disparar unas municiones llamadas "Aliento de Dragón", generando un deslumbrante cono de fuego. Lorgann prefería no usarlas, puesto que eran muy caras, y odiaba el olor a neozombi quemado. Finalmente, luego de contemplar en silencio al tímido niño, que no cesaba de temblar de inseguridad, respondió:

- Sea lo que sea, más vale que sea rápido porque muero de sueño.

- Relájate, anciano. -Respondió aún jovial Sir Flutzo.- Estas viendo al próximo Maestre del Temple...

El viejo dozer knight primero se sorprendió, pero pasado el instante de choque, prorrumpió en carcajadas.

- JA JA JÁ JÁ, ¡El próximo Maestre! Buena esa, Flutzo... por un momento, casi me tuviste.

El semblante de Flutzo cambió y repentinamente se puso serio, como la expresión de alguien que invita a otro al funeral de un ser querido y este se lo toma en broma.

- Oh... oh... -Continuó el propio Lorgann, al notar el efecto de sus palabras.- ¿Lo dices en serio? Crees que este... mequetrefe... Perdón niño, pero no eres exactamente lo que uno se imagina como un Maestre...

- Hice que las Musas lo examinaran detenidamente. -Replicó Flutzo. Vamos, te ayudaré a terminar con este desastre y luego tendremos tiempo de sobra de hablar en el bar...

- ¡Bromeas de nuevo! Apenas puedo mantenerme de pie y quieres llevarme al bar...

Flutzo arrojó una lata de refresco. Lorgann quiso atraparla, pero sus reflejos fallaron y golpeó contra los escombros del suelo.

- Anciano... de verdad estás tan somnoliento, o es que los años por fin te atraparon? Deja de quejarte y bebe la nanogaseosa. Yo invito.

Las nanobebidas contenían diminutos robots que ayudaban, temporalmente, al mantenimiento del organismo, reparando el daño a nivel celular y -en el caso de esa bebida energética- permitiendo al recibidor realizar jornadas de 20, 30 o 40 horas. Su precio no era nada barato, sin embargo, y si Flutzo le regalaba una, significaba que su asunto era serio. Lorgann recogió el latón y le quito la tapa, que hizo el sonido característico. Bebió todo el contenido de un sorbo; después de todo, la hidratación de su runotraje no era tan refrescante. En parte era psicológico por los poderosos sabores y la sensación de ardor, pero ya sentía su organismo reconstituirse y su fuerza retornar.

- Muy bien. Pero si quieres mi ayuda, en el bar tú también pagas; estoy haciendo este trabajo por Greta, sabes que no ha estado bien últimamente y necesita mecánicos...

- ¡Já! -Replicó Flutzo recuperando su habitual sonrisa y colocándose los excéntricos lentes negros.- Sin importar cuando, nunca tienes dinero. O tal vez nunca quieres usarlo. Sigues siendo un viejo tacaño. Pero por esta vez...

Pasaron la siguiente hora con sus topadoras, Greta y Laurita, arrojando las hordas caidas de neozombies al Abismo. Un trabajo ingrato, pero sólamente los Dozer Knights, con sus runas protectoras, tenían suficiente resistencia a la Infekción y la Lokura como para hacerlo. Los cuerpos grises y destrozados caían al abismo inceremoniosamente, siendo engullidos por las sombras impenetrables - hasta que estallaban. Provocar estos estallidos era una victoria del Abismo, puesto que la carbonización permitía apilar mayor cantidad de cuerpos en un menor espacio... algo nada trivial, dados los números involucrados.

- Otro trabajo bien hecho. -Recalcó la voz robótica de Greta a su ocupante mientras el último de los zombis era arrojado a su masiva tumba.- ¿Algo para comer, mi amor? -Agregó dirigiéndose a su ocupante.

- No gracias linda, los nanobots ya me saciaron por ahora.

- Está bien. -Acepto, algo decepcionada, la topadora computarizada.- De vuelta a la ciudad, entonces...

- Sí. No te preocupes, tus arreglos estarán asegurados con la paga de hoy.

Se dirigieron junto con Flutzo y Laura a las puertas de la ciudad, precisamente aquellas que habían quedado bloqueadas antes por el ataque neozombi. El panorama incluso adentro hubiera sido desolador para alguien anterior al Catalismo: Edificios esqueléticos y quemados, ruinas tambaleantes de hierro antiguo, expuestas a los elementos; el gris desierto de una civilización que ya no era, hundiéndose sobre un suelo irregular hecho mayormente de lodo excepto por el camino principal. Eso no era la ciudad, sin embargo. La ciudad estaba debajo, atravesando el espiral central, para revelar una metrópolis subterránea... cruda y sucia, sí, pero viva con los colores y luces de la actividad humana, una humanidad que se rehusaba todavía a rendirse. Una humanidad, sin embargo, todavía presa del terror... la Guardia Citadina los detuvo en el control, y realizaron el protocolo de limpieza y decontaminación pidiéndoles que salieran de los vehículos y pasando tanto a las topadoras como a sus ocupantes por mangueras industriales y rayos ultravioletas, para "limpiarlos" de la impureza zombi... era una fase nada ceremoniosa, y la Guardia Citadina no mostraba ninguna reverencia por sus salvadores, a pesar de que algunos de ellos simpatizaran con su trabajo. No eran vistos como los salvadores de la humanidad que eran, sino como basureros y sepultureros, trabajadores de mantenimiento en un mundo que se extinguía. Si lo que Flutzo decía era cierto, el niño cambiaría todo eso... el niño que escondían en el compartimiento de carga, pues era seguro que se le negaría la entrada. Por un covenio entre las ciudades, nadie menor de 22 años que no fuera nacido dentro de los muros de una ciudad podía entrar a ella, para evitar el tráfico de niños sanos, que eran una rareza y la mercadería más codiciada del mercado negro. Lorgann y Flutzo intercambiaron una mirada cómplice, que se convirtió en nerviosa cuando los guardias pidieron mirar el compartimiento de carga de Laura, inspeccionando al Dozer Knight extranjero. Si eran descubiertos, las ciudades podrían desterrarlos a morir, y peor que eso, seguramente serían expulsados por la Mesa Tetrahédrica de sus pares...

No podían escapar, sin embargo. Con parsimoniosa y fingida calma, el caballero usó la llave del baúl de su topadora. Todas las miradas posadas sobre los contenidos a punto de revelarse. Incluso los gestos de los guardias citadinos siguiendo, de rutina y vagamente, los protocolos, parecían en esos instantes una siniestra conspiración para acabar con sus carreras. El capot de cromo oscuro se abrió y... nada. Lo de siempre. Herramientas, gomas de repuesto, depósitos de aceite. Les permitieron pasar.

No fue casualidad ni milagro, sin embargo. Habían anticipado que eso podía pasar y trasladado al niño al cajón de Greta antes de ingresar, sabiendo que los guardias no tenían la costumbre de hacer esa inspección a su más notable caballero residente; sólo al intromisor extranjero. De este modo, se dirigían ahora al corazón oscuro y palpitante de la ciudad: El Bar Estrella Negra...